¡El cazador alimentó al lobo moribundo! Un año después escuchó una voz extraña y gritó…

Jack era el típico solitario. A él le gustaba más el bosque que la gente. En invierno, cuando todo estaba cubierto de nieve y el mundo parecía silencioso y muerto, se sentía más vivo. Ese día, como de costumbre, caminó entre los bancos de nieve y miró hacia sus pies, buscando pistas.

Y de repente, algo más. Algo… extraño.

En medio de un pequeño claro había algo. Al principio pensó que era una roca o un árbol caído. Pero luego se movió.

– ¿Qué…?

Se acercó, con cautela, como siempre. Cuchillo en el bolsillo. No es que quiera usarlo, pero nunca se sabe.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se quedó sin aliento.

Era una loba. Solo. Delgado como un palo, con costillas salientes, pelaje sucio y enmarañado. Pero sus ojos… ¡Dios mío, sus ojos! – tenían algo especial. Algo humano. No había miedo en ellos. Sólo dolor y fatiga.

—Oye, niña… —murmuró, sentándose en la nieve.

Ella no gruñó. Ella no huyó. Nada. Como si ya se hubiera rendido.

Jack suspiró, metió la mano en su mochila y sacó un poco de carne seca, el último trozo que le quedaba. Lo colocó cuidadosamente delante de él.

La loba miró y olió. Por un momento, nada. Y luego, lentamente, con dificultad, estiró el cuello y agarró la carne.

Jack sonrió. Por primera vez en… no recordaba cuándo.

– Verás, este mundo no es tan malo ¿verdad?

Y entonces… ¡choque! Silencioso, como si alguien hubiera pisado una ramita. Antes.

Jack se quedó congelado. La loba también. Sus orejas se animaron y sus ojos se pusieron alerta.

Jack no se dio la vuelta de inmediato. Se levantó lentamente y sólo entonces miró por encima del hombro.

No había nadie allí. Sólo árboles, nieve y… algo más. Algo que no podía nombrar.

Ha pasado un año.

Jack se olvidó de ese momento. Casi. La recordaba a veces por las noches, en aquellos sueños que no entendía. Ojos de lobo. Y esa extraña sensación de que alguien estaba allí.

Una tarde regresó a la misma parte del bosque. No buscaba nada específico: sus piernas simplemente lo llevaron allí.

Y entonces sucedió.

Al principio todo estaba tranquilo. Y luego – la voz.

No humano. Pero no del todo animalístico. Algo intermedio.

-Jacobo…

Se estremeció. Se quedó literalmente congelado en el lugar. Su corazón se detuvo.

“Jack…” repitió. Silencioso, como un susurro.

Miró a su alrededor y, involuntariamente, su mano tomó el cuchillo.

Y de repente, algo salió corriendo de entre los árboles.

Lobo. Enorme. Pelaje limpio, ojos color ámbar… los mismos ojos.

Se detuvo frente a Jack y observó. Pero él no gruñó. Se quedó en silencio, como si… estuviera esperando.

Jack dio un paso adelante. El lobo no se movió.

– ¿Eres tu?

Y luego ocurrió algo más. Más lobos emergieron de detrás de los árboles. El paquete completo. Pero no atacaron. Lo rodearon y… simplemente observaron.

La voz habló de nuevo, esta vez en su cabeza.

“La ayudaste. Ahora te protegemos.”

Jack cayó de rodillas. No por miedo. De las emociones.

Porque entonces entendió: algunas cosas en este mundo son más grandes que el hombre. Y una vez que entregues tu corazón, la naturaleza te lo devolverá.

A veces de maneras que nunca esperas.

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